miércoles, 12 de agosto de 2009

EDWIN MADRID: "MORDIENDO EL FRÍO Y OTROS POEMAS"

El poeta ecuatoriano Edwin Madrid (1961) ha publicado recientemente una antología de su obra poética bajo el título "Mordiendo el frío y otros poemas".

La calidad de sus textos es indiscutible, como lo demuestra el estudio crítico realizado desde La Habana, Cuba, por Jesús David Curbelo, que constituye un viaje que invita al lector a transitar uno de los universos poéticos más originales de la actualidad: la búsqueda de una voz propia que se expresa a través de los espacios que el artista va construyendo verso a verso en su camino de poesía.

Madrid ha ganado diversos premios en su país y en el exterior, entre ellos el Casa América de Poesía 2004.




Prólogo de la antología Mordiendo el frío y otros poemas de Edwin Madrid


ITINERARIO: QUITO-LA HABANA-MADRID (O APUNTES DE UN SCHOLAR SENCILLO PARA UN PRESUNTO VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA)

Para T. S. Eliot, un poeta mayor podía ser identificado por tres cualidades inherentes a su producción: abundancia, diversidad y excelencia. Bajo esos presupuestos, no dudaría en afirmar que Edwin Madrid es un poeta mayor, aun a riesgo de que algunos suspicaces apunten mi generosidad con el amigo. Por suerte, el cuerpo mismo de esta antología es testigo suficiente de la abundancia; de la diversidad y la excelencia han de tratar los párrafos siguientes, siempre con el temor de que mi esfuerzo exegético no haga justicia a una labor de más de veinte años en el duro ejercicio de tallar la vasta piedra del lenguaje —expresión última del pensamiento— para que de ella brote la chispa de la poesía e ilumine nuestros diversos estadios en el ser.
No obstante mi entusiasmo, es una empresa difícil. El propio Edwin Madrid ha confesado más de una vez no tener un proyecto literario y escribir sólo sobre las cosas que lo apasionan. Y cuando el abanico de esas pasiones es tan amplio —ya lo muestran sus libros— un crítico metódico y un tanto aristotélico como yo, no puede menos que empezar a halarse los pelos. O acudir, siguiendo las pautas del escritor analizado, a un recurso de autor en pleno dominio de sus facultades: la improvisación. Pues ese, y no otro, parece ser el derrotero fundamental de la poética de Madrid; no el trazo preconcebido de una férrea camisa de fuerza que lo ate a las bondades anteriormente probadas de su decir, sino la disposición a saltar al vacío en cada nuevo cuaderno, en aras de explorar conceptos, tonos, registros, voces hasta entonces desconocidos por él o por los diversos sujetos líricos que emplea en el bazar polifónico de su obra.


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SELECCIÓN DE POEMAS


Celebriedad

Cuando no ando en las nubes
ando como perdido

Un borracho es un poste con el foco encendido
es un disco hablando del suicidio

es una cantina con sus putas y ladronzuelos

un borracho es una mujer azul
¿te gustan las mujeres azules?

las mujeres azules vagan en las noches sin niebla

el Marco es un borracho
dice que está cuerdo de remate

¿te gustan los borrachos?

una mujer azul es una flor de donde
salen gigantes perfumados
es una ciudad con sus túneles y avenidas
es un libro con las piernas de par en par

el Marco es buen poeta nos rompió el alma

¿te gustan las mujeres azules?
azules sus pétalos
pétalos los ojos
ojos negros transparentes
transparentes sus pechos

¿te gustan los borrachos?

a mí me gusta la cerveza

Dylan Thomas fue un gran poeta
se tomó 18 wiskys seguidos

yo no soy borracho

un gran poeta es un microbio infectándote la memoria
es una ballena navegando en tu corazón
es un burro cruzando el cielo de quito

¿te gustan las mujeres azules?

un gran poeta es un gran poeta
yo no soy un borracho

a mí me gusta la cerveza —ya dije—

Dylan Thomas fue un borracho
salió de la clínica a tomar 18 wiskys seguidos

el Marco es buen poeta

un borracho no es la motivación que nace en cualquier destino

¿te gustan las mujeres azules?
Dylan Thomas fue un gran poeta

a mi me gusta la cerveza
el Marco nos rompió el alma

ya he tomado cuatro cervezas
sin desperdiciar una sola gota
una gota es la luna derramando el vaso
el vaso es comunicante del dolor
el dolor es una mala noticia a quemarropa
quema la ropa del Marco amigo mío
mío el amor ajeno
ajeno es el verano

yo no soy un poeta
Dylan Thomas se tomó 18 wiskys seguidos

a mí me gusta la cerveza
el Marco nos rompió el alma

yo no soy borracho

mi pajarito del espíritu no es un cóndor
porque un trozo de luz no tiene mayor intensidad que el sol
Dylan Thomas fue buen poeta
yo no soy un borracho

estoy comprendiendo que solo el canto de los gallos
muy cerca de las cantinas
puede derribar las sombras

así puestas las cartas entre estos días luminosos
deben preguntarme si estoy triste

casi digo un presente adornado de colores
pero mis recuerdos dibujan sus fantasmas
¿te gustan los borrachos?
alguien debe preguntarme

esta es una cantina
aunque los huesos de sus borrachos
no dejen huella por donde pasan

¿te gustan las mujeres azules?

el Marco nos rompió el alma
el alma es una bandada de pajaritos

Dylan Thomas fue buen poeta
él gritó ante su muerte
temiendo al fin su último sonido

a mí me gusta la cerveza —digo—

estoy bebiendo mi novena cerveza
esto no es un delito
yo no molesto a nadie
que nadie me moleste a mí
a mí que soy hueso de pellejo
pellejo mis manos
mis manos temblor
temblor de noches largas
largas las noches sin vos
vos cabecita de alcornoque
cómo se te ocurrió dejarme por borracho

(1990)



La preciosa caja no suena, amor


Si llamas, salgo casi olvidando cerrar la puerta. En taxi, atravieso la ciudad, sin que me importen la música de los bares ni las muchachas de chaqueta y pantalón vaqueros. Iré maldiciendo al tránsito que a esta hora pone los nervios de punta. Pero el precioso teléfono no suena, amor. Y pienso y pienso en la fatalidad de no volver a verte. Tan linda que eres y yo bobo confiado en que llamarás. Contemplando la caja negra de números blancos. Cansado creo que debo meterme en la cama y olvidarme de todo. Entonces, suena la estúpida caja y salgo corriendo como pensé al principio. En el camino supongo que lo primero que tengo que decirte es que te voy a ser fiel y que nunca alguien me ha parecido más bonita que tú. Mi corazón late muy fuerte. ¿Será que estoy contento y tengo angustia? El taxista escogió la peor vía. Le digo ¿señor por qué no tomó por el otro lado? Él se hace el loco. Así que me bajo y tiro la puerta. Cruzo la avenida en medio de los autobuses pero siempre pensando en llegar a ti. Me detengo en la esquina y vuelvo a tomar un taxi para que aprecies mi puntualidad. El taxi arranca dando chirridos, yo contemplo la ciudad a través de la ventana. Por mi cabeza cruzan miles de frases y cientos de casas. Selecciono los pensamientos y le pido al taxista que me deje en la siguiente cuadra. Timbro la puerta y apareces tan bonita envuelta en una bata de seda negra. Se me borran las frases dulces e inteligentes que reservé para ti y no hago más que pensar en la desnudez que cubre tu bata. Me quedo como un perfecto espantapájaros. Mis ojos se llenan de lágrimas y empiezo a llorar de felicidad. Entonces doy gracias a Dios de que me perdones y empieces a recoger tus cosas para abandonar la casa de la bruja de mi suegra.


Qué pasó con nuestras novias

—¡Ranas! ¡Mujeres ranas! La Paola, la Catalina y la novia del Vittorio.
Qué secreción o caricias nos proporcionaron para como gladiadores romanos abrirnos paso en el coliseo de la noche. Burlando hordas de drogadictos y delincuentes hasta llegar a sus pies y ofrecerles el lado más blando y caliente de nuestro corazón.
Una década bastó para poner sus cutis verdes como el bronce oxidado de las iglesias.
Mujeres con las cuales arrastramos nuestras pequeñas glorias por salas de concierto y lupanares, y por las que brindamos días enteros festejando sus cuerpos y destrezas. Pero hoy, el tiempo las presenta como ranas. ¡Mujeres ranas!
—Por eso, mi querido Paco, sigamos bebiendo que ellas también nos mirarán como a dos sapos ahogándose en alcohol.

(2004)


POEMAS INÉDITOS


Del Recetario del Nuevo Mundo

La leyenda habla de una monja dominica con saberes enciclopédicos; aunque lo único que se conoce de ella es su Recetario del Nuevo Mundo. Un compendio culinario de comidas profanas, que la monja preparaba para exacerbar las pasiones de los prelados.
En su célebre Receta para los matrimonios de infieles, mezclaba más de diecisiete esencias entre cacao, canela, ají, clavo de olor, pimienta, jora; y elaboraba una salsa con la que ponía a asar marranos a fuego lento. El animal humeante de fragancia, era servido con ajíes en las orejas y un tomate rojo en el hocico. La comida se iniciaba con la Oración al Chancho: Bendito, bendito que moriste por nosotros, libéranos hasta clarear el día. Dicho esto, los monjes hundían el diente y se apuraban jarras de vino o chicha; para luego, uno por uno, cruzar el patio, subir escaleras, recorrer los pasillos e ingresar en las alcobas donde monjas locas esperaban por ellos.


BERNA, 2006*

Veo a mi amigo Paco soportando
el crudo invierno suizo, va por los
portales de Berna; en los bolsillos
del abrigo empuña veinte francos. Es
un día gris, sucio, que congela el
aliento. Antes de atravesar el pequeño
arco de la Torre del Reloj, canta el gallo
y él apenas se fija en los muñecos
que se mueven con las campanadas
de la Torre. Piensa en un pincel de
mango fuerte y cerdas de caballo.

Llega al almacén y, en perfecto alemán,
pide su instrumento. Empuña el pincel
dentro del abrigo y regresa decidido a
terminar lo que está haciendo.

En el puente de Kirchenfeldbrücke,
cien metros de largo que ahora tienen
unos veinte centímetros de nieve. Pero
que en verano lo gusta atraviesa en
bicicleta. Mira al río Aare con las orillas
blancas y los molles y sauces alicaídos. Divisa
la catedral como un cohete barroco apuntando
al cielo macilento. Berna es una ciudad que
le gusta en otras épocas del año. Finalmente,
allí se estableció con su mujer después
de cruzar el charco. Pero ahora está solo y
Berna es fría y aburrida como una lápida.

En su buhardilla, desenfunda el pincel, cuelga
el abrigo y descubre el lienzo que trabaja: un
retrato de mujer.

Hunde el pincel en rojo cadmio y mancha la
tela con fuerza; son trazos duros y febriles. No se
sabe si piensa en su exmujer o en su nueva amiga.
Está tan concentrado que su mano no vacila. Es como
si se repitiera para sí mismo:
«No, no eres misteriosa
el misterio no está en encontrarte
sino en volverte a perder
y en volverte a encontrar siempre»
y pinta y pinta aguzando los ojos hasta sangrar,
es una mujer
es un ángel
es un monstruo menstruo.
Se distancia del cuadro y mientras lo contempla se dice:
«Te puse dos cabezas
y unos senos como bayas
y un solo ojo triste
entre tres orejas y cejas
pubis como pedazos de papel
alambre yeso arpillera
así como no eres en verdad
y así como eres siempre»

Le gusta aquel retrato; hay algo muy
poco o mucho de Picasso, él lo sabe
y no desdeña una línea por eso vuelve
a la carga con fondos azules y trazos negros
es recio como «mujer llorando»
y bello como «mujer con flores». Allí está
toda la bibliografía que ha podido juntar
sobre su maestro y en la que ha aprendido que:
«Los enamorados tienen los ojos canoros
tienen las sienes con manchas de aceite
tienen sus manos como sus pies
y sus dedos como sus dientes y
respiran hondo como ballenas.

Los enamorados aman a sus enamoradas
y las lavan las lustran las pulen las lijan
las ponen a secar al sol y luego las
guardan bajo sus techos y las hacen dormir
y bailar y reír y llorar...»

El retrato brilla en la estrecha buhardilla, el
pintor brilla por dentro y tiene los dedos
manchados por fuera. Enciende un cigarro y
contempla:
«tu amor vino
tu amor se fue
y lo esperamos
yo y yo
como al hijo pródigo».

Quiere atrapar lo inasible del rojo. Por eso
estrella el pincel con fuerza, echa verde
más verde ahora azul negro raya se distancia
y vuelve contra la tela:
«la empujo desde el puente
la tiro a los rieles
la abofeteo
la arrastro como a un saco de carbón
la pincho
la pincho hasta hacerla llorar
la dejo plantada
la nutro con ratones vivos
la escupo
la estrangulo
la piso con toda la fuerza de mi zapato
la piso como si fuera un alacrán
la insulto
la denosto
la quemo con mis puchos».

Luego, al pintor se la van las lágrimas
y ríe y llora porque cree que ha atrapado
lo inasible. No es un retrato lo que tiene al frente
es una mujer a quien decide embadurnarle
con todos los matices del negro. Está contento
y se echa a dormir satisfecho.

Cuando despierta ya es verano y
baja de la buhardilla saltando las gradas
se dirige al almacén compra: una Sprite
chocolatinas y una botella de Jhony Red, guarda
la factura en el bolsillo del pantalón y regresa
de prisa: una mujer le espera en la buhardilla.






Poeta Edwin Madrid.

1 comentario:

augusto rubio acosta dijo...

a ver si me pasas el libro, mano, para la respectiva lectura.